El primero en utilizar la palabra alter ego fue Franz Mesmer, cuando detectó que algunas personas cambiaban radicalmente su manera de ser, bajo estado de hipnosis. A esas facetas que emergían las llamó “otro yo” o alter ego.
Cada uno de nosotros tiene múltiples facetas en su ser, aunque solo cultive y desarrolle una parte. En principio, la palabra alter ego hace referencia a esas facetas que quedan ocultas o que no se manifiestan, pero que habitan en nuestro interior de manera potencial. Algunos piensan que es buena idea crear un alter ego para que cada uno se experimente de una manera más plena. ¿Será cierto?
Literalmente, el ego es el “yo” y el alter ego es el “otro yo”. Del primero somos conscientes. Es lo que llamamos personalidad, aquellos rasgos que nos definen y nos diferencian. El alter ego, en cambio, habita más en nuestro mundo inconsciente. Es ese villano, ese héroe o ese artista que está dormido en nosotros. Otra identidad que, por múltiples razones, finalmente no se desarrolló.
Por ejemplo, es posible que de niños hayamos sentido verdadera fascinación por los animales. Sin embargo, también es posible que con el paso de los años esta pasión haya pasado a un segundo plano y que, finalmente, hayamos terminado llevando la contabilidad de una gran empresa, lo cual también puede gustarnos mucho. Sin embargo, allá en el fondo, ese biólogo curioso sigue existiendo. Quizás no le prestamos atención, pero ahí está. En este ejemplo, ese sería el alter ego.
Los múltiples significados del alter ego
El primero en utilizar la palabra alter ego fue Franz Mesmer, un médico del siglo XVIII que empleaba algunas prácticas hipnóticas para sus tratamientos. Descubrió que algunas personas mostraban extrañas facetas de sí mismas durante el trance hipnótico, como si fueran otros. A ese otro yo que emergía en esas condiciones, Mesmer lo llamó alter ego.
El alter ego ha sido frecuentemente empleado en el mundo de las artes, especialmente en la literatura. Muchos escritores convierten ese alter ego en el protagonista de sus historias. Construyen personajes que aparentemente son muy distintos a ellos mismos. Pero, obviamente, sí forman parte de ellos, ya que no podrían crear algo que les fuera ajeno por completo.
A veces, también los propios personajes de los relatos tienen un alter ego. Es un amigo, un consejero o un compañero que contrasta con su forma de ser y actuar. El personaje, por ejemplo, es locuaz y a su lado hay alguien que constantemente le llama a la sensatez, o le ayuda a salir airoso de los líos en los que se mete.
En el teatro, los actores hacen uso del alter ego para construir personajes diferentes a sí mismos. En los cómics de súper héroes es una constante. Clark Kent es un tímido reportero que esconde su faceta de Superman. Ahora bien, ¿vale la pena que cada uno de nosotros explore su alter ego?
Construir un alter ego
La construcción de un alter ego es un recurso que a veces tiene fines terapéuticos. Ese otro yo puede encargarse de hacer muchas de las cosas que el yo no haría. También es posible que se convierta en un complemento ideal para nuestra vida. Como en el ejemplo que vimos acerca del biólogo. Si él deja salir, episódicamente a ese científico oculto que lleva dentro, tal vez también lograría experimentar mayor plenitud en su vida.
De este modo, a veces se construye un alter ego para que una persona logre liberarse de las limitaciones que le impone su ego. Por ejemplo, una persona muy apegada a lo material podría simular que es generosa en determinados momentos y experimentar en carne propia lo que se siente al dar.
O alguien que es extremadamente reservado podría inventar un alter ego para exponerse a situaciones sociales en condiciones diferentes. Ese otro yo, o personaje creado, puede tener su propio nombre, su propia historia. Es un juego de imaginación que eventualmente resulta provechoso desde el punto de vista psicológico.