Somos contadores de cuentos, de historias a través de las cuales hemos ido aprendiendo y al mismo tiempo se han convertido en ruta, en mapa encriptado para superar tanto miedos colectivos como individuales. La narrativa forma parte de nuestro proceso evolutivo como seres sociales que somos; queremos transmitir y dejar una huella y enseñanzas para el futuro, que trasciendan más allá de su tiempo.
Como especie, nuestras primeras narrativas y cuentos las realizamos mediante representaciones y símbolos. En ellas nos contamos las historias de nuestro día a día y sobre todo destacamos las amenazas, los logros y lo extraordinario.
Las pinturas rupestres son su reflejo y su huella. No resulta difícil imaginar al grupo reunido en torno al contador de historias, el encargado de preservar la memoria grupal, mientras cuenta, danza, representa las hazañas dibujadas sobre las rocas y protegidas en su memoria. A través de esas narrativas rituales, se manejan las fuerzas de las corrientes emocionales del interior que se proyectan al exterior en un intento de comprenderlas y contenerlas.
En las historias mitológicas, narraciones y cuentos populares, se exteriorizan los conflictos humanos para hacerse consciente de ellos, integrarlos y darles un sentido ya sea a nivel colectivo o individual.
Un proceso evolutivo similar observamos en los cuentos y las historias infantiles. Las primeras narraciones por las que los niños se sienten atraídos son aquellas que cuentan historias mágicas y concretas, protagonizadas por personajes igualmente fantásticos, a los que se les otorga fuerzas sobrenaturales, poderes que se escapan al control de la infancia.
Mediante la imaginación el niño crea un mundo de fantasía en el que se identifica con los personajes, reconociendo a través de ellos sentimientos como el miedo, el valor, la alegría, la frustración, la superación de penalidades… sentimientos que luego irán siendo capaces de ver reflejados en los demás y en sí mismos. En la infancia los personajes mágicos y los cuentos facilitan el contacto con los miedos y los sueños no expresados, y de esta forma permiten elaborar una resolución positiva a la que el niño por sí solo no es capaz de llegar o su entorno no le puede proporcionar.