Se trata de una costumbre que ha sido practicada por diferentes culturas desde que surgió el ser humano moderno, aunque también en algunas épocas fue duramente castigada.
Si nos remontamos a la primera persona de la que se tiene constancia que dibujó retratos en su propia piel tendríamos que hablar de Ötzi, el Hombre de hielo, la momia más antigua de nuestros antepasados europeos, que vivió durante la Edad de Cobre y presentaba 68 tatuajes solamente en su muñeca izquierda, dos en la espalda, cinco en la pierna derecha y otros dos en la izquierda. Se ha especulado que podrían haber sido realizados por aquel entonces como una especie de acupuntura, o función mágica y curativa.
En Egipto, por ejemplo, la momia de Amunet (sacerdotisa de la diosa de Hathor en la ciudad de Tebas) es una de las más famosas, y en ella se observan puntos y líneas dibujadas en su cuerpo, parecidas a las que también llevaba Ötzi. Egipto es de donde provienen los pigmentos de henna y se cree que los tatuajes se utilizaban para prevenir enfermedades, como elemento mágico y en las mujeres para demostrar valentía o confirmar la madurez.
En la Polinesia se realizaban diseños geométricos, los maoríes los usaban para asustar a sus enemigos en las batallas, y en las Islas Marquesas tenían un significado erótico y sexual (las mujeres se tatuaban diseños obscenos los dedos de las manos y las orejas), en la Isla de Pascua era el cosmético por excelencia ya que se creía que conservaba el cutis sin arrugas.