Sólo a una mujer se le podía ocurrir crear un colorete de labios que fuera fácil de aplicar y permaneciera en su sitio.
En los años 40, el lápiz labial tendía a correrse y a manchar. Las mujeres se revisaban los dientes todo el tiempo para ver si no tenían manchas rojas y retocarse los labios.
Hazel Bishop, una bioquímica especialista en aceites y petróleo, se propuso solucionar este problema. Usando como laboratorio la pequeña cocina de su apartamento, en Manhattan, Nueva York, puso a cocer en baño María diversas pociones y mezcló pigmentos en la tabla para picar.
Utilizaba tantos polvos en sus experimentos, que en su refrigerador algunas veces encontraba la mantequilla teñida de rojo.
Es cierto que el lápiz labial existía desde hacía siglos, pero Bishop esperaba crear uno duradero para la mujer moderna, que resistiera la fricción de las tazas de café, los cigarrillos y los besos. Así dio con una fórmula hecha con lanolina y pigmentos que penetraban profundamente en la piel.
Para demostrar su permanencia, convenció a un vecino farmacéutico para que se dejara pintar la mano con rayas de su lápiz labial. El hombre marcaba las compras en la caja registradora y las rayas rojas se mantenían intactas.
Pronto Bishop recurrió a un publicista llamado Raymond Spector para que le ayudara a lanzar una campaña en todo el país; como no contaba con capital, le pagó con acciones de su empresa.
A mediados de los años 50, Hazel Bishop Inc. tenía 25 por ciento del mercado de los lápices labiales, a pesar de que la competencia ya había introducido sus propias fórmulas “a prueba de besos”. Las palabras “Hazel Bishop” se convirtieron en sinónimo de un producto diseñado desde la perspectiva de una mujer, cómodo de usar y confiable.
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