Probablemente fueron los egipcios quienes hicieron los primeros anillos. Éstos eran grandes y las mujeres los usaban como brazaletes, uno en cada muñeca. Para los egipcios el círculo representaba la eternidad y la unidad. En otras culturas esta figura también era un poderoso símbolo.
Cuando los antiguos griegos conquistaron a los persas, se encontraron con que los jefes de los vencidos llevaban brazaletes para mostrar su categoría. Los griegos se apropiaron de la idea. Otorgaron brazaletes a los soldados más distinguidos para recompensar su valor e hicieron brazaletes en miniatura para que las novias los usaran como anillos de boda.
Este dedo se usaba siempre para mezclar pociones. Puesto que los matrimonios eran asunto del corazón, lo apropiado era que el anillo de boda se usara en ese dedo. El sabio romano Macrobio declaró que un anillo colocado en dicho dedo impedía que se escaparan los sentimientos.
Los judíos copiaron la costumbre romana de usar anillos para sellar el vínculo entre marido y mujer, y de los anglosajones viene la costumbre de que los anillos de boda o alianzas sean de oro. En la Inglaterra medieval era costumbre que, en Viernes Santo, el rey regalara monedas de plata para que con ellas se hicieran anillos para combatir los calambres.
A principios del siglo XX era común que quien padeciera alguna dolencia pidiera peniques a treinta feligreses a la entrada de la iglesia en domingo, y que cambiara esas monedas por una de plata de media corona, con la cual se haría un anillo que debería usar para combatir la enfermedad, particularmente ataques epilépticos.
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