En el antiguo Egipto, ser plañidera era una profesión que pasaba de madres a hijas. Las famosas yerit eran contratadas para darle rienda suelta al dolor que los deudos debían de guardar por dignidad, debido a que tenían prohibido llorar en público.
Las yerit se distinguían por ir vestidas con túnicas azuladas, los pechos descubiertos, el cabello suelto y los brazos en alto como signo de duelo y desesperación.
Con el paso del tiempo, diversas culturas e inclusive religiones continuaron la costumbre. La religión Cristiana, por ejemplo, creía que la práctica de contratar plañideras le facilitaba a quien moría la entrada al cielo.
Las plañideras,- del latín plangere «golpearse en señal de dolor, lamentarse»— son, entonces, las que se encargan de llevar a la catarsis el ritual fúnebre de aquel o aquella que ha partido.
Sin embargo, el arte de llorar penas ajenas, es una ocupación que está por desaparecer, un trabajo digno como cualquiera, pero extraño como ningún otro.
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