Al final de la escena del tornado, Dorothy abre la puerta de su casa y es transportada de un mundo – Kansas – a Oz; desde el mundo de lo real a lo imaginario. Pero no sólo es una entrada a otra tierra, también estaba abriendo la puerta para el futuro del cine: de la sepia al Technicolor.
Una puerta gigante que divide en dos partes una isla anclada en la Prehistoria: En un lado, el hábitat de una tribu primitiva, y en el otro, un mundo desconocido, peligroso y una criatura poderosa a la que se le ofrecen nativos en sacrificio. Es una puerta carcelera.
Una escena magistral e impactante, con una puerta que es el centro de atención y que, en medio de un clima de total suspense, es cruzada por las dos mitades de un mismo ser: el instinto de vida (Norman) y el instinto de muerte (madre de Norman).
Como en el caso de esta película, si esa puerta está cerrada e iluminada puede ser la conexión con mundos paranormales; y en ocasiones, este objeto se convierte en un acceso desde el mundo exterior (lo profano) al mundo interior (lo sagrado).
Tras esta enorme puerta se encuentra Parque Jurásico, que según el propio Spielberg “Es un cruce entre un zoológico y un parque temático. Parte de la idea de que el hombre ha sido capaz de traer de vuelta a los dinosaurios a la Tierra, millones y millones de años después, y trata sobre lo que acontece una vez que esto se hace realidad”.
El clásico de terror sofocante de Kubrick está lleno de un rico simbolismo de puertas, desde la cascada de sangre en las puertas del ascensor que representan una entrada al infierno, a la ‘habitación 237’ desconcertante y de mala reputación.
*Taringa