La procedencia de esta expresión que se utiliza para manifestar respaldo total a alguien o algo, se remonta a la época en la que se practicaba el “juicio de Dios”, también conocido como “ordalía”.
En el pasado la “ordalía” era una institución jurídica vigente hasta finales de la Edad Media en Europa. Estos procesos consistían en “invocar y en interpretar el juicio de la divinidad a través de mecanismos ritualizados y sensibles, de cuyo resultado se infería la inocencia o la culpabilidad del acusado, incluso de alguna cosa como un libro o una obra de arte, acusadas de quebrantar las normas o cometer un pecado.”
Ante el tribunal, el acusado debía sujetar hierros candentes o introducir las manos en la lumbre o en una hoguera y/o permanecer largo tiempo en el agua. Si la persona sobrevivía la prueba o resultaba con pocas quemaduras, significaba que Dios la consideraba inocente y, por tanto, no tenía que recibir castigo alguno.
De ahí que se derive la expresión “meter las manos al fuego” para manifestar el respaldo incondicional a algo o a alguien, o la expresión pasar la “prueba de fuego”.