Una húmeda noche de 1963, el ingeniero Robert Kearns conducía con poca visibilidad porque la lluvia era inconstante.
Los limpiaparabrisas de entonces tenían sólo dos ritmos: rápido y lento. Si la lluvia variaba, podía dificultar mucho la conducción.
Kearns inventó un limpiaparabrisas que reaccionaba como el parpadeo humano y se adaptaba a todo grado de precipitación.
Construyó un modelo, lo patentó en 1967 y lo ofreció a las grandes fábricas de autos de Estados Unidos, pero ninguna lo aceptó; no obstante, de pronto empezaron a equipar sus coches con el aparato del ingeniero sin pedirle permiso.
Tras demandar a Ford, Chrysler y otros fabricantes, Kearns ganó más de 30 millones de dólares.
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