El genial dibujante Walt Disney tenía una regla muy simple para dirigir su trabajo: su incansable optimismo y la fe en sus habilidades lo estimulaban a “pensar siempre en el día de mañana”, lema que lo ayudó a salir de una de sus grandes crisis.
Durante un viaje de California a Nueva York a finales de los años veinte, cuando iba a negociar un nuevo contrato de distribución de sus caricaturas en las que la estrella era Oswaldo el Conejo, descubrió que el distribuidor se había apropiado de los derechos del personaje y había contratado a los principales artistas de Disney.
En el tren de vuelta a casa, Disney tomó su cuaderno de dibujo y comenzó a trabajar en una nueva idea. De repente, recordó aun gracioso ratón de campo que se subía a su mesa de trabajo, en los días en que aún estudiaba en la ciudad de Kansas.
Convirtió al ratoncito en un personaje y lo llamó Mortimer Mouse. A Lilly, la esposa de Disney, no le gustó ese nombre: “Es un nombre horrible para un ratón”. Así que Walt propuso el de Mickey.
El pequeño y amigable ratoncito, de tímida sonrisa y espíritu vivaracho, alegró a los estadounidenses durante la Gran Depresión, así como a millones de cinéfilos en todo el mundo.
Se convirtió en el símbolo internacional de la industria de la diversión, que incluye Disney World en Florida y Disneylandia en California, en Tokio y en las afueras de París.
La fe de Disney en Mickey Mouse lo ayudó a sortear dos de las primeras fallas que habían tenido sus caricaturas en el cine mudo.
Pensando en el mañana, adaptó su idea y, en noviembre de 1928, produjo Willie en el barquito de vapor; su primera caricatura animada con diálogos, la cual tuvo gran éxito. A esa victoria siguieron otras. En 1937, hizo Blancanieves y los siete enanos, la primera caricatura de largo metraje. Casi 60 años más tarde, todavía es una de las películas más taquilleras de todos los tiempos.
Otro principio de Disney era lograr siempre calidad duradera; sus películas tenían que pasar la prueba del tiempo.
En 1938 suspendió la producción de Pinocbo porque sentía que la película no tenía corazón. Decía: “El humor implica risas y lágrimas». Hizo cambios a la cinta que aumentaron el costo a 2.6 millones, casi 1.1 millones más de lo que había costadoBlancanieves.