Surf en el circulo polar ártico.

El agua apenas tiene unos pocos grados sobre cero, llueve y hace viento, pero el pequeño grupo se lanza al agua: lejos de las playas soleadas de California (EE. UU.), estos incondicionales del surf tratan de cazar la gran ola en el círculo polar ártico.

Situada en la misma latitud norte que Siberia o Alaska, la playa de Unstad, en el archipiélago noruego de Lofoten, es uno de los lugares preferidos de los surfistas que buscan destinos menos concurridos. Con un impresionante paisaje de cimas nevadas y montañas que se sumergen en el mar, gente de todos los rincones del mundo viene los 365 días del año, a veces con sus viejas caravanas ‘hippies’, para medirse a las grandes olas que nunca faltan a la cita.

Olas, nieve, sol de medianoche.

«Aquí suele haber buenas olas, el lugar es íntimo y el paisaje te deja sin palabras, con las auroras boreales, el sol de medianoche, la nieve…», explica Tommy Olsen, un ‘vikingo’ de 45 años, 20 de ellos sobre las tablas.

«En 24 horas, puedes vivir una serie de experiencias formidables: hacer snowboard por el día, surfear por la tarde y admirar las auroras boreales en la noche», señala.

Dueño de un camping de cabañas de madera de color rojo próximo a la playa, también es monitor de surf: «todo el año no hago más que surfear, ya sea trabajando o en mi tiempo libre», confiesa. Tiene doble sesión cuando en verano (boreal) el sol de medianoche inunda el lugar con luz permanente, permitiendo a los aficionados practicar este deporte día y noche.

Sustento económico

Lugar turístico por la naturaleza y la pesca, las islas Lofoten viven del mar. A tiro de piedra de la playa, miles de cabezas de bacalao se secan sobre grandes piezas de madera, esperando probablemente a ser exportadas a África, donde serán trituradas para convertirse en suplemento nutricional.

Fue el suegro de Tommy Olsen el primero que tuvo la idea de introducir el sur en el archipiélago nórdico en la década de los 60’. Tras volver de un viaje por el extranjero, Thor Frantzen y un amigo construyeron su propias tablas con poliestireno, papel de periódico mojado y pegamento.

«No teníamos dinero en esa época», explica el pionero de 67 años.

‘Sin tiburones’

Medio siglo después, la playa de Unstad es un lugar de encuentro para surfistas venidos de todo el mundo para mantener el equilibrio en las aguas del Ártico. En un ambiente relajado y amable, un profesional australiano en el rodaje de un anuncio está junto a los locales, barbudos, y siete estudiantes suecos que, tras seis horas de viaje, levantan su tienda antes de lanzarse al agua con sus tablas.

Solo faltan las canciones de los Beach Boys y… algunos grados más.

Si los más valientes pueden darse un chapuzón en esta región del Ártico, es gracias a la Corriente del Golfo, esta corriente oceánica de aguas cálidas que llegan a Noruega. Por esto, la temperatura del agua rara vez baja de los 5ºC. Aún así, siguen estando lejos de las tropicales.

«Para surfear aquí, necesitas un traje de 6 milímetros de grosor, zapatos y guantes. Tienes la sensación de pesar como un luchador de sumo», confía Kristian Breivik. «Lo peor es salir del agua y cambiarte en la parte de atrás del coche».

Este hombre de 44 años, con los cabellos largos y canosos, diseña tablas de surf en su ordenador, que fabrica en Sudáfrica, y las vende en su garaje. Después de vender 150 el año pasado, planea abrir una tienda de surf, la más septentrional del mundo, en el paralelo 68º Norte.  Una latitud que también tiene sus ventajas: «Aquí no hay tiburones», dice con una sonrisa Kristian Breivik.

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FUENTE: http://www.lahora.com.ec/

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