Cuando una mujer tomó relevancia en tierras mexicanas, todos la acusaron de traicionera, digna del castigo y desmembramiento de su identidad: la Malinche, le nombraban. A partir de ese momento, toda la historia de este país ha marcado de “malinchistas” a aquellos que juegan sucio o enaltecen los extranjerismos por encima de las bellas lenguas casi perdidas del pueblo indígena.
En ésta, un artista puede defender los ritmos que la definen por encima de la ganancia, mostrar con arte un significado más allá de sonidos y acordes o seguir los consejos de un productor que promete llevarlos a la fama fácil y rápido. Lo primero lo tienen pocas personas en este mundo y una de ellas es Lila Downs.
Así, junto a la música ha logrado enaltecer la cultura y al mismo tiempo defender el empoderamiento de la mujer en un país donde se registra al año un promedio de seis mujeres asesinadas diariamente. Allí, en ese escenario se aleja de la musicalidad y su entretenimiento para que éste juegue de otra manera: promoviendo la equidad de género.
La artista mexicana presentó su nuevo álbum “Salón, lágrimas y deseo” el pasado 26 de mayo y ha cumplido con dos cosas: mantener su identidad y regalarle al mundo la esencia mexicana que hace falta esparcir por el mundo.
*culturacolectiva