Se sabe que los primeros habitantes del norte de Europa hacían coronas con las ramas de algún árbol perenne; el círculo aludía al ciclo interminable de las estaciones, y su elaboración coincidía con el solsticio de invierno.
Tiempo después, los cristianos adoptaron esta tradición: la corona se convirtió en un centro de mesa hecho con ramas, generalmente de abeto o de pino, en el que se colocan cuatro velas que se van encendiendo —una por semana— hasta la llegada de la Navidad.
Hoy día la corona suele colgarse en la puerta de entrada de las casas en señal de bienvenida, y representa nuestros buenos deseos navideños. Conserva las ideas primigenias: el círculo, como símbolo del eterno paso del tiempo, y la parte vegetal, como el triunfo de la vida.
*Radionotas